martes, diciembre 31, 2013

La Morilla (cuento de Navidad)

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La Morilla
(cuento de Navidad)


Del almacén llegaba un ruido impreciso de multitud, grave, amortiguado por las chapas, pero que se llenó de aristas y de agudos, se hizo nítido en cuanto unos soldados, tres soldados, abrieron el portalón y salieron al exterior diciendo joder, joder, joder. Más allá de la luz que derramaba un farol en el dintel, se derramaba también la noche oscurísima.

—Joder, joder, joder, cómo nos ha puesto la tía. Un poco más y reviento los botones de la bragueta, macho.

—Y menos mal que ha habido descanso, ahí dentro no se podía estar ya de calor. Qué culazo tenía.

—Pues todavía queda lo mejor. A ver qué coño le queda por hacer para cerrar el espectáculo.

Al rato, los soldados sentían el frío de la noche, se refregaban las manos y se pasaban una botella mediada de coñac que bebían del gollete. Encendieron unos Chester.

—Me ha contado el Teruel, el de la enfermería, que las treinta cajas de Fundador vienen de parte de la señora, que es un regalo suyo particular.

—¿La señora? ¿qué señora?

—Qué señora va a ser, coño, la mujer de Franco, la Collares, la cacatúa esa.

Una figura que había estado oculta detrás de unos fardos, dio unos pasos y se iluminó bajo el churretón de luz del farol.

—Estaba yo ahí meando tan tranquilo y lo he escuchado.

—Perdón, mi sargento, no me lo tenga en cuenta, yo no…

—A ver si tenemos cuidado con lo que decimos o van a volar un par de hostias, eh. Lo paso porque esta noche, es esta noche.

—Gracias, gracias, mi sargento, felices Pascuas tenga usted.

El sargento, sin mirar al grupo, se dirigió al portalón haciendo eses a la vez que se ajustaba el correaje, abrió un postigo, de nuevo volvió a salir de allí el fragor del griterío, y agachando un poco la cabeza, se sumergió en el estruendo.

—Macho, un poco más y ese mierda nos jode la noche.

—Nada. ¿Tú crees que en Pascuas y con la Carmen Sevilla en el escenario moviendo las tetas va a perder tiempo el sargento empurando a nadie? Bah, además fíjate cómo va el chusquero de alicatado… Pero, eeeeh, mirad, mirad quién viene por allí.

—El Pájaro, joder con el Pájaro. No pierde ripio el cabrón. Cómo sabe el tío que esta noche va a hacer negocio. —El soldado dio un largo silbido— ¡Eeeeh, Pájaro, ven aquí, coño!

El que llamaban Pájaro no tuvo que variar su camino, pues se dirigía sin duda al grupo de soldados. En una mano sostenía una lámpara de carburo, con la otra tiraba de la cuerda que hacía de ronzal de una burra moruna, pequeña y llena de mataduras. Bajo el brazo, y como si fuera un limpiabotas, el Pájaro llevaba una banqueta de tres patas tan desportillada como la Morilla, la burra. Una banqueta pintada de marrón chocolate y adornada de tachuelas.

—Hombre, Pájaro, tómate un buche con nosotros que estamos de fiesta —los soldados se animaron unos a otros previendo una buena ración de bromas a costa del Pájaro, pero el silencio del hombre los hizo desistir un momento de risotadas futuras, —¿Pasa algo, Pájaro?

—Lo he visto, lo he visto yo. No me lo ha contado nadie. Lo he visto yo. —el Pájaro se sentó sobre una caja de munición vacía que había servido para cargar botellines de cerveza, sacó un pañuelo enorme de algún lugar de la chilaba y se lo pasó por la cara. A pesar del frío, la luz de la lámpara iluminaba las gotas de sudor de la calva.

—¿Pero se puede saber qué has visto, Pájaro? ¡Nosotros sí que hemos visto! ¡A la Carmen Sevilla, que no veas lo buena que está la tía! ¿Pero cómo que no estás ahí dentro con lo que te gusta el moyate y el cachondeo, mamón?

El Pájaro miraba sin ver a ninguna parte y a todas. Rechazó la botella de coñac que le tendía el soldado que parecía estar menos borracho.

—Lo he visto yo. Yo. Al abuelo y a la nieta, a los dos. Los metieron en el agujero, un agujero hondo. Iba yo con la Morilla y lo vi. Lo vi todo.

—Coño, Pájaro, que pelmazo eres, ¿qué abuelo y qué nieta, cojones?

—Sí, a los dos. Y a los soldados con el teniente ése que le dicen el Piojo, el de la Sexta. Lo juro por la Morilla.

—¿Por la Morilla vas a jurar, coño, con lo puta que es? A ver, coño, qué pasaba con el Piojo, ¿no estarías tú buscando clientes para la burra, no?

El Pájaro llevaba muchos años con su negocio. Hacía portes de un lugar a otro, oficialmente era acemilero, pero por dos pesetas, colocaba la banqueta bajo las patas traseras del animal, le levantaba el rabo y dejaba que el soldado que las pagara, se subiera en la banqueta y aliviara la hombría, como él decía. Conocía y era conocido en todos los destacamentos de Ifni donde había llegado desde su Zaragoza natal, y aunque su actividad le había costado más de un disgusto, el mando se mostraba permisivo. O la burra o la tropa con pocos posibles se soliviantaba. Con todo, el negocio iba bien y desde que comenzaron los tiros de verdad el número de clientes había aumentado. El Pájaro pensaba subir la tarifa. A partir del próximo año, para el 1958 al que tan poco quedaba por llegar, pagaría tres pesetas todo Dios. Todos. Los guripas sin dinero para mujeres y hasta los oficiales que lo hacían por apuestas.

—Era un agujero hondo, sí. Allí metieron al viejo y a la niña y los dos se pusieron a pedir que no les hicieran nada, levantando los brazos, que si jamalají, que si jamalajá…

—Bueno, cojones, eran moros, ¿qué pasa?

—¿Que qué pasa, hombre, por Dios? Que allí los dos vivos, llorando y dando voces, sin poder salir del hoyo, y va el Piojo el canalla y manda tirar dos bombas de mano. ¡Dos bombas de mano!

Ante lo dicho, los soldados dejaron la botella en el suelo. Se miraron entre ellos. Pasó un minuto donde el estrépito que venía del almacén hizo aún más silencioso el silencio de la noche. Al fin, uno de los soldados se atrevió a hablar.

—Joder, Pájaro, eres amargante, ¿y qué quieres que se haga con esa gente?, ¿los traemos aquí a que coman polvorones? Lo mismo tenían fusiles escondidos en el chozo o donde sea que vivan, o yo qué carajo sé.

—El abuelo y la nieta, un viejo escuchimizado y una niña de seis o siete años. Yo lo he visto, no me lo ha contado nadie. Destrozados, reventados. Yo vi las tripas que saltaron.

El Pájaro dejó escapar unas lágrimas y se sofocó un poco, sin sonido, como lloran los viejos. Él también iba ya para viejo escuchimizado y la Morilla era una niña, su niña, una burra niña. Los soldados guardaron silencio un rato, pero luego, dándose codazos unos a otros quisieron ocultar bajo una capa de jolgorio la opresión del Pájaro que tanto les enfriaba el ánimo.

—Venga, coño, Pájaro, anímate, olvídalo.

—No, no puedo —, insistía el Pájaro ya calmado con la mirada perdida y doblando el pañuelo cuidadosamente tras haberse sonado la nariz con contundencia.

—Pero vamos a ver, Pájaro, aunque no lo digan ni nos lo digan, esto es la guerra, la puta guerra, ¿tú crees que a alguien le importa un viejo o una niña de más o de menos, y encima moracos? Es más, coño, ¿tú te crees que allí, de donde nos han traído se creerán que esto existe, que existimos nosotros, si nos ponen como un parchís al revés, que matamos uno y cuentan veinte y nos matan veinte y cuentan uno? Anda y que les den a todos, Pájaro. Y venga, alégrate, coño, que en cuanto acabe el jaleo de ahí dentro y empiecen a salir guripas empalmados y hartos de priva, le vas a tener que dar la vuelta a la Morilla, como a los abrigos, y vaciarla a la muy puta como un jarrón.

Al final, el Pájaro se dejó querer, accedió. El reclamo de la bebida gratis podía con cualquier imagen persistente de la calamidad.

—Voy para dentro porque me hace falta, porque me los quiero quitar de la cabeza aunque sea un rato, eh, pero no le digas puta a mi Morilla, no le digas puta.

—Vale, no le digo puta; pero venga, hombre, déjala aquí que tiene yerba de sobra y vamos a tomarnos unas copas, joder, que te invitamos—, el soldado pasó un brazo por los hombros del Pájaro mientras otro amarraba el animal a un poste de la luz.

La Morilla comenzó a mordisquear con indiferencia animal la yerba polvorienta, mientras que los soldados, agrupados en cuadrilla de bebedores con el Pájaro en medio, llegaron hasta el portón. Lo abrieron y los recibió el ruido y la furia, el griterío, la multitud de uniformes sudados y las primeras carcajadas que provocaba Gila, que con un casco como el de ellos en vez de su boina de paleto, preguntaba desde un teléfono:

—Oigaaaaa… ¿es el enemigooo? ¡Qué se ponga!
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lunes, diciembre 23, 2013

Navidades con el Señor Sieso

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BRIGADAS SCROOGE


Fiel a su cita anual, el querido seguidor de este giliblog, nuestro amigo el Sr. Sieso, nos hace llegar en esta ocasión su NO-felicitación navideña en forma de regalo musical.

Para gozar de él, no hace falta más que pinchar en este enlace que facilitamos:

Si, deseo recibir completamente gratis en mi pantalla la cinta de cassette "Navidades con el Sr. Sieso"

Esperamos que tan generoso obsequio, directamente llegado de las teclas de este agente infiltrado en la Blogosfera por las combativas "Brigadas Scrooge", logre que estas entrañables fiestas transcurran... cuanto antes.
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miércoles, diciembre 18, 2013

Movilgrafías: Un verdadero manantial.

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Fue hace unos días que accedí a comprarle a una señora un par de las papeletas que me ofrecía. Las típicas papeletas con que se inundan estas entrañables fechas que se acercan para participar en el sorteo de una cesta navideña.

Después me arrepentí de haber comprado solo dos, pues leídos los productos que forman el lote —y que parecieran obtenidos del asalto a un Banco de Alimentos— no dudo que cualquier familia hubiera pasado las Navidades más completas de su vida, pues con tales artículos, no solo se tiene asegurado el sustento festivo sino la salud digestiva y hasta la limpieza de los manteles (pinchen en la imagen y lean).

El redactor que da puntual cuenta de la composición del premio con pintoresca ortografía y con una precisión y un ansia clasificatoria propia de un Aristóteles, merecería no solo ser perpetuo amanuense de la entidad organizadora, en este caso la U. D. Manantial , a la que el dios de los deportes prodigue toda clase de éxitos futbolísticos, sino un contrato indefinido como consignador de los bienes enajenados por nuestros gobernantes.


El sorteo se celebró hace unos días. Es una pena no conocer la filiación del premiado y el método que empleó para llevar tanto millón de artículos a su hogar .
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¡No deje de consultar otras interesantes Movilgrafías! Las tres últimas fueron:
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sábado, diciembre 07, 2013

Damero Mardito, nº 55 (diciembre)

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Amo(ur)tismo siego. 

El porqué de la cerrazón de Rafalito Romero Parrillón es algo que no comprendieron los investigadores por muchas vueltas que dieron al asunto. Ni siquiera el buen oficio del inspector Gómez con la ayuda de la psicóloga Marga Pertucci, lograron sonsacarle una palabra. Por el contrario, el detenido había colaborado en todo lo demás. Sin recibir ningún tipo de presión, relató con normalidad el cómo hubo planeado el asesinato de su suegro, cuál fue el arma homicida (un pisapapeles de bronce), cuándo lo llevó a cabo, etc. Pero en cuanto se le preguntaba por el móvil, se encastillaba en su silencio y de allí era incapaz de sacarlo nadie. Como mucho, dejaba escapar una risita floja, casi contagiosa, cuando se llegaba a este extremo. 

- Pero, vamos a ver, ¿por qué se niega usted a revelarnos el móvil?, ¿acaso no se hace cargo de su intrascendencia después de las pruebas abrumadoras y sobre todo de su autoinculpación? 

Pero Rafalito Romero Parrillón, seguía en sus trece y que no y que no y que no y que se negaba a abrir la boca y de ahí no lo sacaba ni Dios. Su cantinela no variaba un ápice: "Mire, inspector Gómez, a mí me da igual ocho que ochenta. Lo maté, les he dicho cómo, cuándo y dónde y sanseacabó. ¿Qué me esperan veinte años de cárcel?, pues bienvenidos sean; pero yo a ustedes jamás les confesaré por qué lo hice". Y el inspector y su ayudante seguían atónitos ante estas declaraciones provenientes de un hombre desapasionado, tranquilo, en absoluto víctima de brotes psicóticos ni trastorno mental alguno que rechazó todos los ofrecimientos, hasta el de un coche y un apartamento en Torrevieja para su familia. 

Y así sucedió. Cuando dieciocho años más tarde -se le redujo la pena de veintitrés años por buen comportamiento- Rafalito Romero Parrillón salió de la prisión de Santoña, viajó hacia su hogar donde lo esperaba su amantísima esposa y jamás nos llegamos a enterar de las causas que lo llevaron a acabar con la vida de su suegro. Retomó su trabajo como reponedor en la cadena de hipermercados Carrefour e hizo reverdecer viejas amistades; pero como decimos, nunca soltó ni una palabra acerca del motivo del asesinato.
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¿Que dónde conseguir el Damero Mardito de este mes? Pues como siempre, en su kiosco habitual y gratis total, pinchando aquí: El Damero del Vecind(i)ario.

Solución al Damero anterior (nº 54):
A. Arroyo, B. Naturópata, C. Duma, D. Record, E. Empanad, F. Señuelo, G. Nervión, H. Énfasis, I. Universo, J. Micelio, K. Ademuz, L. Nasa, M. Bache, N. Anhelad, Ñ. Rampas, O. Imaginan, P. Luzbel, Q. Odiosa, R. Casamata, S. Harapos, T. Escupas.
Acróstico: Andrés Neuman, "Bariloche".
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