miércoles, julio 03, 2013

Damero Mardito, nº 51 (julio)

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La infancia del Rey Gaznápiro

Para Scout Finch





Don Francisco el Labioso intentó enseñarnos algunos rudimentos de dibujo lineal.

— A ver, cojan ustedes una hoja cuadriculada de color caña…

— En mi recambio —decía alguno— no vienen hojas de color caña, don Francisco.

— Bueno, da igual; pues la coge usted blanca y a ver si la próxima vez su madre de usted le compra un recambio en condiciones.

Los recambios de don Francisco eran siempre los adecuados, pero nunca nos decía dónde los compraba. Un misterio más de su existencia ignota.

— Bueno, pues ahora, desde el primer cuadrito de la esquina superior izquierda me van a contar diez cuadritos a la derecha, ¿entendido? Luego cuentan veintidós para abajo, ¿estamos? Pues en ese cuadrito al que han llegado me pintan con el lápiz un punto en la esquina inferior derecha… ¿Lo tienen todos? Pues venga, ahora otro punto…

Don Francisco el Labioso seguía desgranando coordenadas y nosotros marcando puntitos con la certeza terrible de haber fallado en la colocación de más de uno.

(Llovía siempre tras la ventana durante las machadianas tardes de colegio. Pasaba el tren de Alcalá, “la cochinita”, como si tal cosa, ajeno el maquinista a los puntitos de don Francisco).

Cuando todos los puntitos quedaban fijados, procedíamos a unirlos con el rotulador y la regla. ¡Qué de disgustos cuando la figura resultante era en palabras del Labioso una mamarrachada! A alguien el rectángulo se le convertía en trapecio; a otro, el rombo le salía pentágono y todos, al fin desconcertados, aguantábamos como podíamos el chaparrón de improperios de don Francisco, vigilante entre los pupitres.

— ¡Son ustedes unos mamarrachos! ¡Son unos gaznápiros! ¡Son unos gansos!

Lo de llamarnos gansos y gaznápiros nos resultaba muy cómico y a más de uno se nos escapaba una risita cuando nos llamaba así.  El Labioso no parecía darse cuenta del efecto contrario que producían sus palabras. Enfurecido, volvía a su mesa, daba un reglazo sobre ella, se cruzaba de brazos y nos lanzaba terribles miradas en silencio hasta que al poco retomaba su rapapolvo fragmentario utilizando el tuteo.

— ¡Sois unos gansos!, ¡en cambio hay muchos niños alemanes que con vuestra edad ya han empezado una carrera! ¡Una carrera, mamarrachos! ¡Niños científicos, niños literatos! ¡Por esos niños sí que merece la pena trabajar y no por ustedes que sois una pandilla de gansos!

Cuando don Francisco el Labioso terminaba de mostrarnos las virtudes de los niños alemanes, echaba mano de otra de sus trucos dialécticos recurrentes: la infancia del rey Alfonso XIII.

— ¡Cuando el rey Alfonso XIII tenía diez años escribía de maravilla, no como ustedes! ¡Yo he visto sus cuadernos en el Palacio de Oriente… Qué letra, qué renglones, qué dibujos...! Se os iba a caer la cara de vergüenza, mamarrachos. ¿Para qué trabajo yo si puede saberse, eh?, ¿para qué pierdo el tiempo con ustedes, eh?

(Volvía a pitar el tren de Alcalá, ahora de vuelta, ajeno de nuevo el maquinista a las reprimendas de don Francisco. ¡Felices los hombres que conducen locomotoras!)

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Solución al Damero anterior:
A. Fetidez, B.Miasma, C. Émbolo, D. Salado, E. Pesquisa, F. Impétigo, G. Nena, H. Óleo, I. Sorna, J. Avenate, K. Roquedal, L. Entero, M. Solio, N. Umbela, Ñ. Refinar, O. Rampar, P. Eneida, Q. Chundarata, R. Cavello, S. Inope, T. Ondina, U. Nulo.
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