lunes, septiembre 28, 2020

Notas para una posible biografía de Julián de Capadocia, 21

 .


21

"Anoche soñé que estaba en la isla de Bali. Bueno, el lugar era mucho mejor que lo que puedo imaginar que es la isla de Bali. Además, iba en compañía de mi amigo Pepillo Cantón, que lleva muerto más de diez años, el pobre. Al final de muchas aventuras, unos monos parlantes nos presentaron a unas bailarinas con las que compartimos, Pepillo y yo, una sabrosísima tortilla de patata". 

Es este, o alguno semejante, el argumento favorito de Julián de Capadocia para contrarrestar los ataques de cuantos lo acusan de desinterés por cuanto acontece fuera de su limitada existencia. 

"En absoluto soy un inmovilista" —se defiende frente a Esmeralda o su hija, que no dejan de rogarle que las acompañe en algún viaje—. "Lo que ocurre, es que mi medio de transporte es mi cama. He aprendido a dominar la técnica de los sueños lúcidos, e incluso he conseguido sustancias narcóticas por medio de Pascual, que los facilitan y los hacen más prolongados".

Y no solo dice eso, sino que, como nos confiesa Esmeralda, Julián de Capadocia cumple con la férrea rutina diaria de anotar sus sueños para hacerlos más duraderos en la memoria, una actividad que lo ha llevado a acumular bajo su cama, cientos de cuadernos escolares repletos de sus redacciones oníricas.

Un día de la semana pasada, soñé que acompañaba a Sherlock Holmes en una de sus pesquisas, la que nos llevó a la Atenas de Pericles, por lo que tuve la oportunidad de entrevistarme con el mismísimo Sócrates, sujeto del que, curiosamente, me sorprendió su intensísimo olor a ajo y a sudor rancio.

¡Pero nada de eso es cierto! Son figuraciones descontroladas de la conciencia, ¡no son la verdad! —le hace ver, algo encrespada, su hija Charito.

¿La verdad?, ¿y qué es la verdad? —responde Julián, mientras se lava las manos, pues esta charla se desarrolló en el baño—. A mí me resulta más que suficiente, que lo más interesante de mi vida, suceda en los sueños. En el fondo, soy un surrealista.

¿Surrealista? ¡Tú lo que estás es atortugado, papá!

Cada vez que Zaratustra, el perrazo negro de Julián, escucha la palabra "atortugado", emite un ladrido profundo, amenazador. Y es que a Zaratustra, le caen mal las tortugas.

.

Notas para una posible biografía de Julián de Capadocia, 20

 .


20

Son muchas las anécdotas que los compañeros peñistas de Julián de Capadocia pueden contar acerca de las rarezas que lo convierten en una persona excéntrica, como pueden ser, por ejemplo, que no beba más que tinto con sifón o que use calcetines desparejados. Algunas de las lenguas más afiladas, lo achacan a la tacañería, algo que ha encocorado más de la cuenta a Julián cada vez que tal rumor ha llegado a sus oídos. "¡Yo no soy tacaño!" —protesta enérgicamente el hombre— "¡A un tacaño le gusta el dinero, y a mí el dinero me importa un pimiento como bien sabéis. Y los objetos, mucho menos!"

Habrá que darle la razón a Julián, que conoció la ruina económica cuando hubo de afrontar los onerosos gastos que supusieron, primero, la enfermedad de su mujer y, segundo, los internamientos en diversos sanatorios de su hijo Diógenes. Con todo, Charo, su esposa, la que al final falleció víctima de un mal ante el que la ciencia se mostraba impotente, nunca dejó de insinuarle el cuánto le gustaría pasar una semanita en Benidorm o en Palma de Mallorca o en alguno de esos destinos exóticos que tan de moda se pusieron cuando ella aún se veía con salud: la Rivera Maya o Punta Cana. "Mira Charo" —nos contó Esmeralda, la compañera sentimental de su hija Charito, que le decía Julián— "El mejor negocio es ser pobre, no tener nada, no desear nada, no esperar nada. La posesión, el deseo y la esperanza no son sino rémoras para todo aquel que, como yo, aspire a la sabiduría". Al escuchar estas palabras, la pobre mujer, que no aspiraba a la sabiduría, sino a un poco de felicidad, se resignaba, pero no sin antes dejar escapar un suspiro con el que deshacía sus imaginaciones de playas caribeñas.

"De todas formas —nos siguió comunicando Esmeralda—, Julián, al que tanto aprecio, tiene manías que vienen a demostrar su creciente rechazo por todo lo material. Eso de los calcetines desparejados de lo que tanto se burlan sus amigotes de la peña, tiene una explicación, y es que en cuanto a Julián se le hace un agujero en alguno de ellos y toca volvérselo a poner tras la colada, gira el calcetín en torno al pie, apareciendo entonces el agujero en el empeine... Con toda probabilidad, otro agujero aparecerá tras cierto uso bajo el dedo gordo, por lo que, en el siguiente turno de puesta, girará el calcetín un cuarto de vuelta, teniendo entonces un agujero a cada lado del pie... Sucesivamente, aparecerán un tercero y un cuarto agujeros, que es cuando ya Julián se decide a convertirlo en trapo para limpiarse las gafas. Es por esa causa; o sea, el que los calcetines sean originalmente de diversa calidad y, por tanto, muestren mayor o menor resistencia a ser agujereados, que los lleva siempre desparejos. Así, no es de extrañar, que aún use dos calcetines huérfanos del lote que le regalé hace cinco años, como felicitación por haber ganado aquel concurso de poesía".

.

martes, septiembre 15, 2020

Notas para una posible biografía de Julián de Capadocia, 19

 .



19


Gracias al testimonio de R.L.T., hemos conocido que Julián de Capadocia participó en lo que en toda regla, puede llamarse un acto delictivo. Sucedió este en marzo de 1996 (el delito ha prescrito, por tanto) y consistió en la inhumación ilegal del cadáver de su compañero de trabajo y amigo, conocido como Ronson o el Ronson, fallecido dos días antes por causas que no se han llegado a determinar a falta del correspondiente certificado de defunción. Explica nuestro confidente, a la sazón, sobrino del finado, que tanto él como los tres hijos del Ronson, procedieron a excavar una fosa en el patio trasero de su domicilio, haciendo caso al proyecto expuesto por el propio Julián de Capadocia, considerado por todos y dadas las frecuentes visitas que realizaba a la casa, casi un miembro más de la familia, llegando a ser tratado por los hijos del fallecido como "tío Julián" o "tito Julián" (de hecho, el hijo mayor llegó a ser el prometido de la Charito, la hija de Julián).

Terminada la fosa, se depositó en su interior el cadáver del Ronson —amortajado con una sábana bajera de cama de matrimonio— y se procedió a darle sepultura, acto en el que Julián de Capadocia participó con entusiasmo, según nos relató R.L.T., toda vez que, según él, cumplía con el postrer deseo de su amigo, esto es, convertirse en una benefactora bolsa llena de basura. "Nunca dejarás de ser algo, Ronson, porque es imposible no ser nada, querido amigo", recuerda nuestro testigo que decía Julián a modo de jaculatoria mientras se sucedían las paletadas. "Muchos de esos bichos que habitan la tierra con que le estamos cubriendo, así como las raíces del naranjo cercano que dará sombra a esta tumba, comenzarán a perforar el tejido de la fina sábana hasta dar con la carne. En poco tiempo, vuestro padre, mi amigo, será alimento de animales y plantas, transformándose en savia, en hojas, en flores, en frutos, en órganos primitivos de lombrices y larvas de insectos. ¿Qué puede superar esta maravilla del proceso nutriente, así tan inmediato y completo?", finalizó su discurso con la voz tomada por la emoción.

Cuenta R.L.T. que, acabado el trabajo, Julián de Capadocia guardó una piedra de las que cubría la fosa en su bolso-bandolera y que, a todos, sudorosos tras el esfuerzo, les pareció una magnífica idea abrir varias litronas de cerveza (Julián, bebió un par de vasitos de tinto con sifón) acompañadas de un piquislabis de conservas variadas en memoria del Ronson. "Por favor, guardadme unos cuantos kilos de naranjas de la próxima cosecha", les rogó Julián pinchando unos berberechos.

(En la imagen, encendedor de marca Ronson, origen del apodo del amigo de Julián de Capadocia).

.

Notas para una posible biografía de Julián de Capadocia, 18

 .


18

Julián de Capadocia reconoce que, si no tuviera la obligación de sacar a pasear a Zaratustra, su perro, al menos dos veces al día, no saldría de casa. O al menos, saldría muy poco, sabiendo abastecida su austera despensa. En ocasiones, se ha sorprendido pensando en la posibilidad de abandonar a Zaratustra en un refugio de animales. Un pensamiento que lo ha ocupado tres segundos, diez segundos, al cabo de los cuales, se ha horrorizado. "Todos podemos llevar un canalla dentro; un canalla que asoma su cabeza por alguna fisura en el momento menos pensado", le ha comentado en alguna ocasión a la Joaquina, a la Juaqui, una antigua prostituta a la que hace años hizo su confidente y cuyo trato frecuenta de manera discreta, aunque rara vez llegan a intimar hasta lo carnal. Y es que con la Juaqui estableció un pacto de ayuda contra la soledad que con el tiempo se ha fortalecido hasta alcanzar la forma de la amistad. Es una relación que ambos llevan, como decimos, con una discreción que se fundamenta en el más profundo de los respetos. 

No hay que pensar por otro lado, que Julián es un benefactor de la Juaqui, una especie de pigmalión que la ha retirado de la mala vida y le ha enseñado a leer y a escribir, como sucede en los folletines románticos. Nada de eso. Antes, al contrario, es la Juaqui, la que lo agita y zarandea para sacarle la murria existencial que lo acompaña, y aunque llega a embobarse y escucha con mucho interés sus disertaciones cuando saca de su bolsito la piedra, la bellota o la pinza de tender la ropa, finalmente, lo abraza. "Debes sufrir mucho tú, Julián", le dice, dándole un beso en la frente y metiéndole la cabeza entre los generosos pechos que tanto gozaron los hombres y que ahora, no son sino un cálido refugio para un prejubilado de la Telefónica ofrecido por una jubilada de la calle que nunca cotizó a la Seguridad Social.

(En la ilustración, Joaquina López Zamarra, alias "la Juaqui" (1974), foto-carnet que lleva Julián de Capadocia en la cartera).

miércoles, septiembre 02, 2020

Notas para una posible biografía de Julián de Capadocia, 17

 .



17

Sin temor a faltar a la verdad, pueden calificarse de infructuosos los intentos que, de cara a la coherencia ética, ha llevado a cabo Julián de Capadocia por hacerse vegetariano. Sí sabemos al menos, que ha conseguido rechazar de plano el consumo de carne de animales mamíferos pequeñitos, tal los corderitos, lechones y chivos; pero, también sabemos que su fuerza de voluntad, unida a sus convicciones morales, se derrumban ante la vista de un plato de jamón o de un chuletón de vaca. Cuando sucumbe a estas tentaciones, Julián se atormenta y se llena de vergüenza. "Las contradicciones son también piedras con las que cargamos y de las que debemos deshacernos", le ha comentado más de una vez a Pascual, el camarero de la peña deportivo-cultural, una persona atenta que conocedor de las cuitas de Julián, prescinde de acompañar los tintos con sifón que le sirve con alguna rodajilla de chorizo o salchichón, como hace con el resto de socios, sustituyéndolas por aceitunas o altramuces. "Eres un buen hombre, Pascual", le dice Julián empleando un tono cuasi evangélico.

Para Julián, no existe diferencia en cuanto a lo "sagrado-biológico", como él lo llama, entre un humano y cualquier otro animal que disponga de un sistema nervioso y nos pueda mirar con atención a los ojos. La muerte de ellos solo puede justificarse por un motivo alimenticio... Y el caso es que él, se ponga como se ponga, no tiene estos motivos. El conflicto que le supone tal pensamiento, como decimos, lo sume en la desdicha. En todo caso, Julián tiene el pálpito de que está cercana su conversión al vegetarianismo. "Somos carnívoros por delegación; pagamos a matarifes para que nos suministren filetes, lo mismo que en muchos lugares del mundo se paga a verdugos para ejecutar a los condenados", le comentó hace unos días a Esmeralda Carrique, la compañera sentimental de la Charito, su hija. "No se preocupe usted, Julián. Estoy segura que lo conseguirá. De momento, me comprometo a no traerle más lomos, morcillas y chorizos cuando viaje a mi pueblo". ¡Ay, cómo gorgoritean entonces las tripas de Julián nada más escuchar el listado de embutidos!, ¡ay, cómo se le hace la boca agua al pobre!

P.D: Gracias a Esmeralda, hemos conseguido fotocopia de un documento de excepcional interés: nada menos que el carnet de socio numerario de Julián de Capadocia de la peña deportivo-cultural "La Salagartija". Tras mostrarla, la ponemos a buen recaudo en su expediente.

.

Notas para una posible biografía de Julián de Capadocia, 16

 .



16

Seguramente, de entre todos los "objetos de meditación" que Julián de Capadocia guarda en la Pera (bolso-bandolera con silueta de esta fruta), sea la piedra su predilecto. Con ella inicia las charlas con desconocidos, aunque ha sucedido más de una vez, que si ha enseñado la piedra en la sala de espera del centro de salud de su barrio, su posible interlocutor se ha alarmado: "¿Eso se lo han sacado a usted de la vesícula o qué?", lo que ha enfadado mucho a Julián, que prueba suerte en otros lugares, como por ejemplo, en la cola de la panadería. 

Mire —le dice a alguien interesado, dando vueltas a la piedra entre las puntas de los dedos, comenzado así su célebre "alegoría de la mochila" (reléase el cap. 13)—, vamos cargando piedras a lo largo de la vida en esa mochila invisible que llevamos en la espalda y de las que es nuestro deber deshacernos. Hay piedras grandes y pesadas, que deberían ser las primeras en eliminarse: el machismo, el racismo, el nacionalismo, cosas así... Piedras muy evidentes. Otras, en cambio, son como estas, pequeños guijarros que no abultan demasiado, pero que, en su conjunto, son tan molestos como las piedras grandes... ¿Ha probado usted a deshacerse de algunos de ellos?

Acto seguido, Julián de Capadocia, muestra que ha llevado a la práctica su teoría. Hace ya tiempo que Julián, hombre de contrastado aseo personal, dejó de peinarse y de planchase la ropa. Lleva el pelo corto y él mismo se pasa las tijeras de vez en cuando, así como por la barba. También ha prescindido del reloj y hasta de los calzoncillos. No compra ropa, se abastece de las prendas que le regalan. Últimamente, hasta ha rechazado el que lo fotografíen o en recrearse viendo viejas fotos. Todo ello representa, en suma, un numeroso grupo de piedrecillas que ha ido arrojando imaginariamente desde su mochila a la glorieta de un parque o a la corriente de un río. En todo caso, Julián medita y se pregunta si será posible caminar por la vida con tan cada vez más ligero equipaje, cargando tan solo en la mochila con la piedra más gorda de todas: la de su propia existencia. Por eso, a veces, le asaltan extrañas desazones e inquietudes que lo llevan a dar profundos suspiros ("Ay, papá, tú siempre con tus suspiros, qué pesao eres", le dice la Charito, su hija, enfadada). Julián de Capadocia, en estos trances, llega a asustarse y de ahí los suspiros. Tiene la intuición de que, el deshacerse de tantas piedras, lo ha llevado a rasgar un poquito el velo de Maya, y lo que ve a través de ese mínimo rasguño, la verdad sea dicha, lo llena de consternación.

.