Nada había leído hasta ahora de Julio Camba que no fuera alguna cosilla suelta en algún manual de literatura, por lo que encontrar en la biblioteca del barrio un ejemplar de "Esto, lo otro, y lo de más allá" me hizo recordar el viejo interés que tuve por el autor. El resultado, finalmente, ha sido un fiasco.
Algunas voces veteranas me lo habían recomendado como indudable maestro del humorismo español, con un sesgo gallego que lo relacionaba con Wenceslao Fernández Flórez y también, en cuestiones gastronómicas (Camba fue un exquisito gourmet), con la retranca galaica de Cunqueiro. Me decían que era un autor muy en la línea de los humoristas ingleses, como Wodehouse o Evelyn Vaughn, con una visión chispeante de la vida y los objetos, que frecuentaba la ironía y la manejaba como nadie, y blablá y blablá y blablablá.
Psch. Pues no sé. No creo haber encontrado en las casi 200 páginas de este libro nada de lo prometido. ¿Chispeante? Bueno, sí; me sonreí dos veces y aprecié alguna de sus paradojas (la paradoja es una constante en los textos) durante seis segundos ¿Ironía? Debe ser la empleada por Camba una ironía tan fina, tan fina, que se me escapó como el agua por el sumidero del entendimiento. ¿Humorismo? No entiendo el humor que no venga aderezado con al menos algún chorrito de vinagre. y el que muestra Camba en estas páginas es un humor siempre blanco, benévolo y complaciente, muy complaciente, desprovisto como digo de cualquier pizca de amargor, de acidez, de mordiente; en suma, textos que podrían adecuarse a la sección de albos chistecitos de una hoja parroquial.
"Esto, lo otro, y lo de más allá" es un compendio de artículos periodísticos publicados en 1945. Agrupados en esta edición por temas variopintos -El Cine, Humo, Bailes, Almas del Otro Mundo, etc.-, lo mejor de estos articulillos ha sido su formato, apenas paginita y media por barba, lo cual, créanme, ha sido una suerte, y al final, único motor que me hizo avanzar en la lectura hasta concluirla. Los temas elegidos, como digo, son muy variados, pero siempre, sus glosas me recuerdan a esos vetustos noticiarios cinematográficos de posguerra europea donde de manera optimista se mostraban los más extravagantes artilugios y gentes: Máquinas adelgazantes, bicicletas acuáticas, elefantes matemáticos, mujeres gigantas que apenas entraban en un utilitario... Pero todo llevado en su redacción de una manera tan sosita, tan sin gracia, que me trae el tufillo de aquellos desangelados escritos de Mingote de cuando no chocheaba; y cito a Mingote porque fue el ABC, el periódico que acogió muchos de los trabajos ¿cambianos? ¿cambistas?.
Inexplicable (bueno, o muy explicable) que a sus 61 años, que eran los que tenía cuando se publicó el libro, no quedara en Camba rastro alguno de su explosivo pasado anarquista, convertido con el tiempo en bon vivant adicto al régimen (al régimen político, no al otro, porque su afición por los placeres de Lúculo lo habían hecho un tipo orondo) y habitante hasta su muerte en 1962 de una habitación en el Hotel Palace de Madrid. Desde el Buenos Aires de su juventud, ciudad que fue escenario de su activismo incendiario, ya no le llegaba apenas la sombra de Gómez de la Serna, que le podría haber prestado algo de surrealismo o negrura al menos a este conejito feliz.
No creo que ciñéndome a este libro, como no puede ser de otra manera, su escritura tenga vigencia alguna, que sea revisable en este espejo. Julio Camba, si es por artículos como los que he leído, repito, y que deben ser buenas hojas donde agarrarse a su rábano, con perdón, en tanto los ha publicado Cátedra, es una caja vacía. No dudo que tal vez hubiera que picotear en sus muchos libros de viajes o en sus crónicas/críticas de gourmet tan celebradas para tener una visión más completa del individuo, por supuesto; pero, de momento, qué quieren que les diga, conmigo que no cuenten, ¿algún voluntario para hacerlo y que luego opinañee? (Aclaro que el verbo opinañear resulta de opinar y reseñar.)
¿Qué subrayar para ir terminando?... En fin, dejémosle en la boca aunque sea un pensamiento-aceituna a este cacho de pan: "El hombre no es fundamentalmente malo ni fundamentalmente bueno, sino sencilla y fundamentalmente absurdo."
Diga usté que sí, caballero.
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1 comentario:
Ande, no sea usted malo y déle una oportunidad a "La casa de Lúculo". NO se arrepentirá.
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