De esta recién conclusa novela de Javier Reverte (ojo, no confundir con su homónimo, el homínido Arturo Pérez, por favorrrrr) que parece la primera incursión en el género por quien nos tiene acostumbrados a sus crónicas de viajes y reportajes; de esta novela, digo, caben destacar (¿Cabo destacar? ¿quepo destacar?) dos aspectos que me parecen de notable factura, a saber:
Primero, el retrato urbano en sórdido color gris del Madrid de los años 50, inserto en una España no menos siniestra y todavía hambrienta bajo las banderas imperiales y el paso alegre de la paz. Segundo, la semblanza histórica de Leopoldo Eijo Garay, obispo entonces de Madrid, al que su amigo personal, el Papa Pío XII había concedido el título vitalicio e intransferible de Patriarca de las Indias Occidentales. Toma ya. El retrato de este hombre, en el que confluyen poder, inteligencia y sibilina retranca gallega es, a mi juicio, lo mejor de la novela.
Pero veamos un poquito de película:
Un joven cura polaco llega a España, en concreto al seminario de Madrid, con variados propósitos. Uno de ellos es infiltrarse en las HOAC, o lo que es lo mismo, las Hermandades Obreras de Acción Católica para dar a conocer en la medida de lo posible las corrientes europeas que establecen un rechazo a la jerarquía eclesial por parte del llamado cristianismo de base y organizar entre el personal currelante católico agitación suficiente como para animarlos a la lucha, creación de sindicatos, llamadas a la huelga, etc. Su otra misión es hacer de heraldo clandestino del movimiento Pax, fundado en Polonia por un tal Piasecki con la pretensión de tender puentes (o sea, hacer de pontífice, ¿no?) entre el marxismo y el cristianismo y buscar alianzas y apoyo mutuo dentro de los diferentes Partidos Comunistas de Europa.
Tanto uno como otro propósito encargado al cura polaco se verán sujetos a toda clase de avatares y sorpresas que aprovechará el autor para darnos un paseo por todos los ambientes posibles, desde el despacho del solemne y flatulento Eijo Garay a las tabernas más ásperas de gallinejas y aguardiente; de los domicilios de la alta burguesía que frecuenta la cafetería Dólar a los cines de pajilleras de la calle Carretas; de las espartanas habitaciones de los seminaristas a la cochambre chabolista de La Colasa; de las más lúgubres comisarias a los pisos clandestinos de ciclostil y tabaco de picadura. Como diría un clásico, todo un collage montado con retales de pana y rancho cuartelero sobre el que deambularán unos personajes casi siempre desdichados en su lucha por la vida.
Hombre, no es como para volverse loco y tirarse de los pelos de satisfacción, pero que la novela merece el título de más que correcta no lo dudo tampoco. O sea, que si pueden, léanla, pero que si no pueden, pues tampoco pasa nada. A servidor, desde luego, le ha gustado mucho.
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1 comentario:
voto por "cabe destacar" :)
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