Ramiro Pinilla, el veterano autor vasco de la trilogía “Verdes valles, colinas rojas”, me deparó uno de los fiascos más señalados cuando terminado el primer volumen de la serie concluí que a pesar de su fulgurante, bella y personal primera mitad, el resto era un ladrillazo de notables proporciones, por lo que hasta el día de hoy los dos volúmenes siguientes reposan en mi biblioteca sin haber sido siquiera despellejados del plástico que los envuelve. De esta manera, puedo estar de acuerdo con Anasagasti cuando en su blog, y por los que sospecho otros motivos fuera de la literatura, califica al escritor de plomazo aunque sin ahorrarse recordarnos en un comentario lleno de vileza que Pinilla también fue autor de pies de cromos de muchos álbumes infantiles.
Como las segundas oportunidades me han deparado grandes sorpresas, y sabiendo no muy extenso el texto, creí que “Sólo un muerto más” podría ser reflejo de un Pinilla desconocido, el regateador en corto. Finalmente, ambas cosas sucedieron; la novela no sólo no es nada aburrida sino que llega a ser divertida, ingeniosa, sarcástica, y construida con las herramientas que domina el que lleva sesenta años en el tajo. Laus Deo.
“Sólo un muerto más” es una novela policíaca, o mejor dicho, es una parodia de la novela negra además de un repaso a una sociedad y un tiempo específicos. El territorio donde se desarrolla es el mismo donde Pinilla situaba la acción de su epopeya en tres volúmenes, o sea, su pueblo de Getxo, Algorta, La Galea, la playa de Arrigunaga, etc. y los personajes, o ya han intervenido en la citada trilogía o son descendientes de las familias que protagonizan aquella especie de cantar de gesta euskaldún y agropecuario: los Altube, los Baskardo, los Bordaberri… Uno de estos individuos protagonizará la novela.
Sancho Bordaberri, propietario de la librería Beltza en Getxo, escritor a la vez de novelas policíacas, pero cuyos dieciséis títulos han desfilado por las editoriales sin recibir la menor atención, decide tras un paseo por la pedregosa orilla del mar donde ha arrojado el manuscrito de su última e inédita obra, convertirse él mismo en el detective que ha creado su imaginación, llamarse por tanto Samuel Esparta –en clara alusión al Sam Spade de Chandler- e intentar esclarecer el crimen ocurrido en la localidad diez años antes y que quedó impune, inmersa la investigación en el fragor de la Guerra Civil. Sancho Bordaberri, no sólo adoptará el nombre de su criatura sino que a imitación de sus héroes adoptará su peculiar lenguaje, vestirá su traje de domingo y usará sombrero y, finalmente, convencerá a su empleada de la librería, la sarcástica Koldobike (a mi gusto el mejor de cuantos personajes desfilarán por el texto) a teñirse el pelo de rubio platino y embutirse en una falda de tubo. De la misma manera que el loco manchego creyó que su ardiente llanura podía acoger aventuras que se desarrollasen en el imperio de Trebisonda, Samuel Esparta sustituirá las manzanas de Nueva York por los caseríos getxotarras, y la esquina entre las calles 37 y 42 por la peña de Félix Apraiz, escenario del crimen que todavía en 1947 no tiene culpable. Por supuesto, con este entramado, los guiños a la obra de don Miguel son habituales.
Sobre el carácter paródico del texto, prima el conocimiento profundo del género que tiene el autor, que no en vano llegó a cultivarlo en sus comienzos. Irónicamente la novela se la dedica a uno de sus pseudónimos, “a Romo P. Girca, recordando su ‘Misterio de la pensión Florrie (1944)”. Todos los tics, las formas y los trucos de los clásicos americanos –Chandler, Cain, Hammet- están presentes de una u otra forma en la acción y dicción de Esparta y, por otra parte, contrastándolo, tenemos el florido verbo del siniestro falangista que persigue a Esparta deseoso de saber cómo se escribe una novela realista, ya que él es un poeta de los que necesita la nueva España. En medio, la ácida Koldobike es la única persona que pone sensatez en estas turbulentas relaciones y la que establece las claves inteligentes que deberá seguir su jefe.
Aparte de ellos, la galería de personajes es muy amplia y de variado registro, desde el asombrado que pueda haber vascos malos al colaboracionista, al estraperlista y al iluminado que pretende hacer un mapa de Vizcaya señalando las distancias en pasos. En resumen, 250 páginas donde lo divertido y lo amargo (¿no sería lo sarcástico el producto de mezclar ambos ingredientes?) hacen del libro una lectura amena y escrita con inopinable maestría. Y es que hasta haber redactado los cromos de “Marcelino, pan y vino” sirve. Todo sirve.
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1 comentario:
acabo de leer el último comentario que me has dejado y venía a darte las gracias... pero me lo estoy pensando, porque eso que dices de que escribo suelta como una barriga después de dos vasos de zumo de naranja caliente... pero gracias de verdad por tus palabras, te agradezco que opines que escribo suelta, siempre es mejor que escribir estreñida XD
y si el libro que dices es corto es bastante posible que me lo lea. iba a leerme Los hombres que no amaban a las mujeres, pero creo que elegiré el que tú dices, por corto y por parodia
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