lunes, julio 06, 2009

Aquel verano del 78


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AQUEL VERANO DEL 78
(Historia refrescante, extravagante y premonitoria)




Todos cuantos conocimos a Gerardo, todos cuantos frecuentamos su casa, asistimos a sus tertulias, aplaudimos sus conferencias y apolillamos su biblioteca, todos, digo, estuvimos de acuerdo en considerar, mientras observábamos cómo embutían su cuerpo en el pasillo crematorio, que Gerardo había sido toda su vida un gilipollas.

Incluso Evelina, la que fue su señora, así lo había manifestado en repetidas ocasiones cuando en el momento más fogoso de la cópula se lo hacíamos saber:

-- Evelina, tu marido es un gilipollas.
-- Pues ya ves, hijo mío. Un gilipollas y un cornudo. Pero tú no pares y dame caña.

Tras el comentario y con un brusco golpe de cabeza, se echaba a la espalda aquel melenón negro como la noche que nos tenía a todos locos e iniciaba el galope final de la larga cabalgada.

Lo pasábamos bien con ambos, es cierto, con Gerardo y con Evelina. Pero de elegir el mejor momento de tantos años de amistad, todos nos quedaríamos con los largos días de agosto de 2078, cuando Gerardo fue invitado a ofrecer varias conferencias y a impartir uno de los cursos de verano que la Universidad Complutense había organizado en su sede del Puerto de Santa María (Gades-3). Aquello sí que fue el despiporre.

Nadie había estado nunca allí. Éramos gente del norte y de aquel Puerto de Santa María, todo lo más que nos sonaba era que había o hubo un penal cantado en coplas populares. Rodríguez abundó informándonos que allí, en el penal, había estado preso El Lute, un célebre delincuente que robaba a los ricos para dárselo a los pobres y al que un grupo musical de los de antes de la Hecatombe dedicó una canción que gustaba mucho a su bisabuelo. Pero nada de esto importó desde el momento en que el chófer del magnetobús que allí nos trasladaba nos dijo con gracejo andaluz que la población gozaba de una bella playa y de que nos íbamos a poner las botas de comer marisco.

Todo fue verdad. Así que nos pasábamos el día en la playa, tumbados a la bartola sobre la arena y dándonos chapuzones con Evelina, a la que hacíamos centro del corro que formábamos para jugar, bien adentrados en el mar, al “Adivina de quién es esta garrota”. Luego salíamos del agua felices como diosecillos griegos y destruíamos a patadas el castillo de arena que mientras nos bañábamos, Enriquito había construido con esmero. Aclaro que Enriquito, al ser homosexual vergonzante no participaba de nuestros juegos, nunca se integró bien en el grupo y, lo que son las cosas, terminó suicidándose.

--Toma, por maricón –le decíamos entre risitas.

Luego nos volvíamos a tumbar todos alrededor de Evelina y contábamos historias y chistes verdes y decíamos muchas veces lo de hay que ver lo que se pierde Gerardo preparando las clases, toda la mañana encerrado en el hotel. Y era verdad, porque tanto el curso como las conferencias se impartían por la tarde, después de la siesta. Pero a nosotros poco nos importaba lo que hiciera o dejara de hacer Gerardo si Evelina, complaciente, decía en algún momento: “Mirad, muchachos, voy a hacer lo que hacían las antiguas”, y dicho esto se quitaba la parte de arriba del flokki y nos mostraba sus pechos turgentes como dos vasijas de barro a las que acudíamos como lechoncillos, haciendo de Evelina por un rato una Mamá Cerda generosa y nutriente. Para mí era una sensación agradabilísima la que recibía, pues durante la succión cerraba los ojos y sentía bajos los párpados la sal del mar y con ello el recuerdo de mi infancia en el trópico.

Ya por la tarde asistíamos a las conferencias de Gerardo, que eran de entrada libre y que se desarrollaban en lo que fue antigua plaza de toros, reconvertida como todas después del periodo de las Grandes Prohibiciones, en un espacio polivalente que lo mismo acogía representaciones de zarzuelas como, en este caso, servía para impartir cursos universitarios. En el centro se erigía la tarima giratoria donde por medio de un ingenioso mecanismo de maromas y elevadores, aparecía el orador de manera casi mágica favoreciendo que el público –siempre numerosísimo- lo recibiese con un encendido aplauso. Realmente éste era parte de nuestro cometido, pero en el caso del Puerto de Santa María, poco trabajo tuvimos pues exaltar a los asistentes no costaba apenas esfuerzo.

Gerardo, como digo, aparecía en el escenario y con gestos imperiosos mandaba callar a la gente. Cuando se producía el silencio, (a lo que nosotros ayudábamos con voces de ¡silencio, por favor, que como no callemos no empieza!) Gerardo se ajustaba los pliegues de su toga cándida y lanzaba al aire como una soflama:

--¡Señores! ¡La Frenología es muy importante…!

Y dicho esto nosotros irrumpíamos con una salva de aplausos. Por otro lado aclaro que Gerardo era como se ve, catedrático de Frenología. No un vulgar profesor adjunto o auxiliar. No, no, no, no. Titular de la cátedra de Frenología de la Universidad Complutense, toda una eminencia en la materia y una voz autorizada internacionalmente.

--¡Y no solo es importante sino que además sirve para muchas cosas…!

Y en la pequeña pausa que abrían sus puntos suspensivos, aplaudíamos de nuevo a rabiar siguiendo las precisas indicaciones de Rodríguez.

--Hoy, entre otras cosas, pienso demostrar que la resurrección de los muertos es posible, es real, es un hecho palpable y no un cuento de los curas para sacarles los cuartos a la gente. ¡Y además, lo pienso demostrar sin utilizar medios alquímicos!

Y aquí ya no sólo aplaudíamos sino que lanzábamos bravos y nos levantábamos de nuestros asientos, arrastrando con ello a los demás y propiciando un clima agradable y la predisposición del público a no perder detalle de cuanto dijera Gerardo. Después ya dejábamos que la charla siguiera sus normales derroteros sin temor a interrupciones. Ya casi al final, en una enorme visualizadora láser-plasmática instalada sobre el escenario aparecía el rostro sudoroso de un negro, profesor de alguna universidad africana, corroborando todo cuanto había expuesto Gerardo, para lo que ensartaba otra ristra de teorías dichas en un idioma incomprensible (pero subtitulado). Luego el negro se levantaba, mostraba sus ropajes de colorines étnicos y nos decía adiós con la mano. Era el momento en que daba comienzo el turno de preguntas al interviniente, y con ello, la parte más importante de nuestra labor, esto es, plantearle cuestiones preparadas de antemano para su lucimiento personal. Por ejemplo, Miguel Blasco se levantaba de su asiento en el primer anfiteatro, solicitaba el flashvoice y realizaba su pregunta:

--¿Es cierto, profesor Villena, cuanto dice su ilustre colega fulanito de tal y tal acerca de la transmigración de las almas?

O era la propia Evelina (disfrazada con una peluca rubia y gafas de sol porque era conocida en los círculos académicos) la que ponía en falso aprieto a su marido cuando le planteaba alguna cuestión ya ensayada:

--¿Y qué puede decirnos sobre la polémica a la que se vio arrastrado por los sabios de la Escuela Técnica de Düsseldorf…?

Así hasta acabar y retomar alborozados la ciudad y sus marisquerías y el amor de Evelina y vuelta a empezar aquel placentero régimen de playa, sexo, el rollo de las conferencias, y las gambitas. En resumen, la felicidad…

…La felicidad que nos faltaba aquella mañana cuando casi treinta años después el cuerpo de Gerardo iba a ser devorado por las llamas en pocos minutos. Pero fue una sensación que se desvaneció al rato, cuando en un rincón apartado de la Casa de los Muertos, dimos en evocar aquellos momentos jocundos que ahora he descrito y Rodríguez comenzó con lo de ¿y no os acordáis de lo del langostino y el pobre Enriquito?, y la pregunta parecía señal para dar paso al carcajeo contenido tanto tiempo (lo normal cuando los nervios y la tensión nos atenazan en un ceremonial mortuorio) y tras lo de Enriquito vino lo de Porfirio Maestre y que si jajá y jajá y venga jajá, y Evelina que se unió al grupo, como siempre, y al corro de nuestras chacotas que nos desternillaban de risa.



© Sap.
es.humanidades.literatura
07/07/2009

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2 comentarios:

MJ dijo...

enriquito era hijo de evelina? y dejaba que lo maltrataseis? esa era una descastá!!

MJ dijo...

enriquito era hijo de evelina? y dejaba que lo maltratasen?? esa evelina era una descastá!!!