Entre que me metía o no me metía con el primer tomazo de lo del sueco (que al final me he metido y llevo ya ¾ partes del volumen), se me presentó ante la pantalla este título de Fernando Fernán-Gómez, y quieras que no, ya fuera por retrasar el echarle las gafas al libraco y el darle otra oportunidad al eximio actor junto con lo breve de la obra, me decidió a leerla. También, la inmediatez que representa tenerla almacenada en el lector electrónico, sea todo dicho.
La cosa tenía su aquél dado que la única novela que leí de Fernán-Gómez -"El mar y el tiempo"- no me gustó nada. En ella me encontré con una forma de narrar, un estilo si se quiere llamar así, que también era el mismo empleado en sus colaboraciones periodísticas y que me cansaba, me aburría. Una manera de ir dando rodeos para explicar algo tal vez baladí. Demasiadas puntualizaciones, demasiados circunloquios, demasiadas comas separando simples palabras, demasiado frenar el discurrir de la lectura. Para mi congoja, fue el mismo estilo que encontré en el largo prólogo que antecede a esta "especie de novela" como la llama el mismo autor. Pero el ánimo de encontrar tal vez allí parecidas satisfacciones a las que me produjo su memorable película, "El viaje a ninguna parte", pues el libro trata de compañías teatrales y sus peripecias, me animó a seguir. Ahora puedo decir que fuera del prólogo, la especie de novela "El tiempo de los trenes" (su última narración, 2004), me ha resultado una lectura deliciosa, absorbente y, por supuesto, recomendable.
Como digo, "El tiempo de los trenes" cuenta, empleando esta vez un lenguaje suelto, inmediato, fresco, los éxitos y tribulaciones de varias compañías teatrales y de los miembros que componen sus elencos. La narración no se desarrolla de manera lineal sino que se alternan las voces de unos y de otros en cortos capítulos donde se emplea incluso la notación dramática. El conjunto, claro está, llega a recordar la factura de "La colmena" de Cela. La historia arranca al nacer el siglo XX y termina a principios de la década de los 60 por lo que, en gran parte, coincide en el tiempo de la película citada aunque se diferencia de ella en su carácter más urbano, menos itinerante de pueblos, y a la calidad que, en general, presentan los cómicos. Quiero decir que las compañías retratadas tienen cierta categoría, las adscritas a la llamada alta comedia que representaban a Benavente y a Wilde y que llegaban a debutar en Madrid y Barcelona antes de comenzar sus giras -y aquí una de las más odiosas expresiones centralistas- "por provincias".
Los personajes son muchos y quedan consignados en un quién es quién al principio del libro. Aparte del narrador, cada uno tendrá voz propia, desde el niño hijo de actores Andresito Valle (que parece trasunto de Fernán-Gómez), al viejo actor Cuartero que se pasea por los cafés de contratación buscando faena; desde el caricato Miguelón al prestigioso primer actor Eduardo Esteve, etc. Pronto quedará consignado lo estamental, por así decirlo, de la profesión en aquel tiempo donde los papeles estaban asignados a la especialidad de cada uno: galán joven, actriz de carácter, galán cómico, meritoria sin sueldo. Algo obligado desde el momento en que eran los propios actores y actrices los que debían sufragarse, por ejemplo, el vestuario. Junto a estos protagonistas, el lector será testigo de un periodo histórico de los llamados convulsos, ya se imaginan, aunque sean tiempos buenos, malos o regulares, será ineludible la presencia que como hilo conductor durante toda la lectura representan los vagones de segunda y tercera a los que se refiere el título, las esperas en las estaciones, los abrigos con las solapas subidas y el ser todos carne de pensión barata con olor a col hervida y a pescadilla frita. A los cómicos, ya se sabe, se les tenía vedada la entrada a los hoteles de postín.
Pensándolo para mí, no creo mal destino haber sido picado por el bicho del teatro y haberse enrolado en una de estas compañías de medio pelo itinerantes, y vivir en ese espacio entre la bohemia y la literatura. Ese contrato lo hubiera firmado sin dudarlo un momento. Pero como no puede ser, me conformo imaginándolo y para ello, nada mejor que este "El tiempo de los trenes" tan ameno, breve, agridulce y evocador.
La cosa tenía su aquél dado que la única novela que leí de Fernán-Gómez -"El mar y el tiempo"- no me gustó nada. En ella me encontré con una forma de narrar, un estilo si se quiere llamar así, que también era el mismo empleado en sus colaboraciones periodísticas y que me cansaba, me aburría. Una manera de ir dando rodeos para explicar algo tal vez baladí. Demasiadas puntualizaciones, demasiados circunloquios, demasiadas comas separando simples palabras, demasiado frenar el discurrir de la lectura. Para mi congoja, fue el mismo estilo que encontré en el largo prólogo que antecede a esta "especie de novela" como la llama el mismo autor. Pero el ánimo de encontrar tal vez allí parecidas satisfacciones a las que me produjo su memorable película, "El viaje a ninguna parte", pues el libro trata de compañías teatrales y sus peripecias, me animó a seguir. Ahora puedo decir que fuera del prólogo, la especie de novela "El tiempo de los trenes" (su última narración, 2004), me ha resultado una lectura deliciosa, absorbente y, por supuesto, recomendable.
Como digo, "El tiempo de los trenes" cuenta, empleando esta vez un lenguaje suelto, inmediato, fresco, los éxitos y tribulaciones de varias compañías teatrales y de los miembros que componen sus elencos. La narración no se desarrolla de manera lineal sino que se alternan las voces de unos y de otros en cortos capítulos donde se emplea incluso la notación dramática. El conjunto, claro está, llega a recordar la factura de "La colmena" de Cela. La historia arranca al nacer el siglo XX y termina a principios de la década de los 60 por lo que, en gran parte, coincide en el tiempo de la película citada aunque se diferencia de ella en su carácter más urbano, menos itinerante de pueblos, y a la calidad que, en general, presentan los cómicos. Quiero decir que las compañías retratadas tienen cierta categoría, las adscritas a la llamada alta comedia que representaban a Benavente y a Wilde y que llegaban a debutar en Madrid y Barcelona antes de comenzar sus giras -y aquí una de las más odiosas expresiones centralistas- "por provincias".
Los personajes son muchos y quedan consignados en un quién es quién al principio del libro. Aparte del narrador, cada uno tendrá voz propia, desde el niño hijo de actores Andresito Valle (que parece trasunto de Fernán-Gómez), al viejo actor Cuartero que se pasea por los cafés de contratación buscando faena; desde el caricato Miguelón al prestigioso primer actor Eduardo Esteve, etc. Pronto quedará consignado lo estamental, por así decirlo, de la profesión en aquel tiempo donde los papeles estaban asignados a la especialidad de cada uno: galán joven, actriz de carácter, galán cómico, meritoria sin sueldo. Algo obligado desde el momento en que eran los propios actores y actrices los que debían sufragarse, por ejemplo, el vestuario. Junto a estos protagonistas, el lector será testigo de un periodo histórico de los llamados convulsos, ya se imaginan, aunque sean tiempos buenos, malos o regulares, será ineludible la presencia que como hilo conductor durante toda la lectura representan los vagones de segunda y tercera a los que se refiere el título, las esperas en las estaciones, los abrigos con las solapas subidas y el ser todos carne de pensión barata con olor a col hervida y a pescadilla frita. A los cómicos, ya se sabe, se les tenía vedada la entrada a los hoteles de postín.
Pensándolo para mí, no creo mal destino haber sido picado por el bicho del teatro y haberse enrolado en una de estas compañías de medio pelo itinerantes, y vivir en ese espacio entre la bohemia y la literatura. Ese contrato lo hubiera firmado sin dudarlo un momento. Pero como no puede ser, me conformo imaginándolo y para ello, nada mejor que este "El tiempo de los trenes" tan ameno, breve, agridulce y evocador.
2 comentarios:
Tengo apuntada en la libreta de anillas "escribir algo de los viajes en vagones de tercera". Justo entonces encuentro esta entrada referida a "El tiempo de los trenes" de F.F-G. Es como todo en tu blog, excelente.
De FFG leí tiempo ha sus memorias, El tiempo amarillo, que me gustaron mucho, tal vez porque cuenta de lo que menos interesa a priori al lector y deja en el tintero un montón de anécdotas de cine que ni siquiera asoman; su novela El vendedor de naranjas, pese a partir de una excelente idea -el empresario valenciano de posguerra que llega a la capital dispuesto a financiar una película- no mantiene el nivel de las memorias.
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