martes, marzo 01, 2011

Crónicas Porcinas, 4

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Navidad

Ayer creí que iba a ser mi día de suerte y que lo mismo me tocaba la lotería. Y es que es algo raro estrenar una tarrina de Tulipán en el bar de abajo. He calculado que es un suceso que ocurre cada tres meses y que cuando pasa, me pasa también algo bueno (iba a decir que el estreno se acompaña de un hecho prodigioso). Por ejemplo, la última vez, que fue a principios de septiembre, me enteré que uno de mis hermanos, volviendo de una playa, había salido ileso de un accidente de coche.

Pero esta vez no sucedió nada, a no ser que sea algo el que estando ocupados todos los periódicos del bar y yo con un triste suplemento inmobiliario entre las manos, se acerque el Tratante de Mulas y me ceda el Marca antes de marcharse. No debe ser mala persona el Tratante de Mulas. Al menos no me interfiere en el asunto de los periódicos porque su lucha, su lucha sorda, es exclusiva para conseguir el ABC. Es, por otro lado, uno de los pocos que ha anunciado las fiestas pero a su manera, o sea, cambiando de nuevo de politono. Antes tenía uno con una voz que llamaba a un taxi a gritos: taxiiiiiiiii, taxiiiiiii. Una voz que parecía emitida por un loro horrendo desde un balcón lejano. Luego cambió el tono por uno clásico de timbre telefónico. Ahora lleva uno que es un fragmento del anuncio antiguo de las muñecas de Famosa. Hay gente a la que no le preocupa ganarse una reputación de no sé qué a base de politonos.

Pero salvo su excepción y la de unos pocos más, la llegada de la navidad apenas se nota en el bar de Marisa. Mejor dicho, no se nota nada. Hace años que decidió no colgar adornos ni pintar en los cristales felices fiestas con la nieve falsa de espray ni poner bote de navidad ni nada. El bar de Marisa es un bar ateo. Un bar seco. Como ella dice, para poner bolas y muñecos de papanoel todo el mundo está dispuesto, pero para descolgar el día ocho de enero lo colgado el quince de diciembre no se apunta nadie. Pero lo que tampoco quiere Marisa es que su bar se convierta en el de al lado, que es un bar de camareros indolentes, de camareros sin jefe, de camareros que se beben los botellines de cerveza delante de la clientela con un cigarrito en la oreja. Allí la decoración navideña, como no la quitan, está presente todo el año, hasta en pleno verano con todo el calor. Lo único que cambia es que cuando llega la navidad, enchufan las lucecitas.

En el bar de Marisa otro de los pocos que pone la nota navideña este año es Prince, el aparcacoches nigeriano. Prince entra cargado con las bolsas del hiper que trae una furgoneta para dejarlas en la cocina. Prince hace muchas cosas: aparca coches, descarga bolsas, pone y quita los veladores de la terraza, avisa de que llegan los municipales. Luego a mediodía, Marisa le da de comer en la barra unos platazos enormes de macarrones con tomate. Prince venía hoy con un gorro de papanoel y una barbita blanca postiza atada con una gomilla. Es curioso. Un negro con un gorro de papanoel es un negro con un gorro de papanoel, pero un blanco con un gorro de papanoel es un imbécil. Prince, cargado de bolsas, se encontró con la gente que miraba en la tele lo de la lotería con las tazas de café a medio camino de las bocas y que formaba un tapón entre las mesas y la barra. Le fueron dejando paso a la vez que le palmeaban la espalda y lo felicitaban por el ocurrente disfraz y lo invitaban a sus acostumbradas tostadas con foigrás. Ahora en navidad lo invitan mucho más porque se les ablanda el corazón a los cabrones. Uno de ellos es precisamente el Tratante de Mulas, que aunque Prince diga que no tiene ganas, se la deja pagada. Con la lista de tostadas pagadas que tiene, Prince podría alimentar a su familia nigeriana hasta la cuarta generación por lo menos. Si yo fuera Prince soñaría la noche de navidad que bajaba de un avión en el aeropuerto de Lagos vestido de papanoel y que desde lo alto de la escalerilla arrojaba a la multitud de negros sacos llenos hasta los topes de tostadas con foigrás. Y los negros se mataban, se cortaban a machetazos las piernas y los brazos, se decapitaban, se prendían fuego después de llenarse de gasolina unos a otros y acababan bañados en sangre por conseguir un saco de esos y poder traficar. A lo mejor aparecía en su sueño la mujer y los dos hijos que dice que tiene allí. Pero no. Se despertará y todo seguirá igual en su piso patera y en el bar de Marisa.

Como para no tomarle manía a las fechas. Cuando hoy esperaba el cambio y el vasito de agua, he oído por quince veces lo de quien juega por necesidad pierde por obligación, veinte veces la pregunta qué, cómo vas a pasar las navidades, a gusto o con la familia y treinta y dos veces la despedida de los funcionarios, ea, pues ya hasta el año que viene, Marisa. Jejejé jajajá jijijí. También me fui. Hice el último gurruñito con una servilleta de papel y me fui. Al salir me di cuenta del detalle de una pequeña maceta con una pequeñísima flor de pascua. Estaba en el rincón que forma la cristalera con el ángulo de la puerta, al lado de un paragüero sin paraguas. Era de un rojo bellísimo, de un rojo de imposible intensidad. De un rojo vibrante y cálido, como una verdadera llamita de esperanza.

es.humanidades.literatura
22/dic./2008
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1 comentario:

GatoFénix dijo...

A pesar de ser del 2008, no lo había leído, Sap, y me parece magnífico. Aquella Navidad si hubo un milagro: llegaron los Reyes Magos con una moto para mi...lo que no sabía era el por qué. Ahora queda aclarado y yo tan contento.