lunes, marzo 01, 2010

La novelesca vida de Adelardo Pacharán



Ah, sí; el bueno de Adelardo.

Como yo era escritor y ya había escrito dos novelas (todavía siguen inéditas, dita sea) y ganado un concurso literario organizado por una firma de embutidos, me confió sus memorias.

De entre todas ellas, Adelardo guardaba un recuerdo muy vívido.

—Era por la tarde. Imagínate. Las cuatro o las cinco, la hora de la siesta, con toda la calor de julio, y yo solo por la calle. Debió ser una de aquellas raras ocasiones en que me escapé de casa porque allí era obligatorio estar en la cama aunque no durmieras. Sí, debí escaparme, no hay otra explicación. El caso es que iba con mi palo. Siempre iba con un palo a todos sitios, dando palazos a las latas y arrancando alcachofas borriqueras de los matojos como si cortara cabezas de indios. Cardos borriqueros, jaramagos, lagartijas, eso es lo que se criaba en los solares. No había nadie en la calle, ni un alma. Entonces vi que venía un coche por la calle, un seiscientos, un seiscientos que recuerdo de color oscuro, verde botella o rojo burdeos. El coche se paró a mi lado y el hombre que lo conducía se asomó por la ventanilla, "Niño, niño, ven, toma; toma, rubito". Me acerqué y entonces el hombre me entregó un puñado de chicles y un álbum para pegar estampitas. "Ten, para ti y para que los repartas con tus amigos. Son unos chicles nuevos".
¿Sabes de qué se trataba? Pues del chicle negro Cosmos. El hombre iba haciendo promoción, pero vaya horas para hacer promoción, con toda la calor.
Y yo era el único niño del barrio que estaba en la calle y fui el primero en probar el chicle negro Cosmos. El primero, fíjate qué suerte.

—¿Y cuándo fue eso, Adelardo?

—Pues debió ser a finales de los sesenta. Sí, o como mucho a principios de los setenta. Estaba buenísimo el chicle Cosmos, nunca olvidaré el sabor de aquel primer chicle, el que mastiqué solo en mitad de la calle con toda la calor. Y el álbum. Porque dentro de cada chicle Cosmos venía un cromo plegado de papel parafinado con cohetes, aviones y cosas del espacio, las cosas que habría en el año dos mil, ya sabes. Pero fíjate que ha pasado tiempo y sigue empeñada la gente en que aquel chicle era de sabor a regaliz, ¡y no, coño, no era regaliz!

Llegado a este punto, Adelardo siempre era presa de una gran agitación, de un gran nerviosismo.

—Pero Adelardo -le decía yo tratando de calmarlo, -la gente, qué sabe la gente.

—Sí, la gente. La gente es muy hija de puta. Pero es que el chicle Cosmos no sabía a regaliz, sabía a lo que sabía, a chicle negro, a un sabor que hasta entonces y hasta ahora no se ha parecido a ningún otro. Sea como sea, ahí empezó todo.

Sí, ahí empezó todo.

Se refería Adelardo a que a partir de entonces, bueno no, no a partir de entonces, sino a partir de cobrar conciencia de las cosas, de la importancia de las cosas, consagró (es el verbo que utilizaba, "consagrar"), consagró su vida a buscar a otras personas que como él, en un tórrido día del mes de julio, recibieron aquella primicia del chicle Cosmos... y no encontró a ninguna en los cuarenta y nueve años de su vida. Tengo escritas todas sus pesquisas que para nada sirvieron.

Adelardo se hizo mayor. Se empleó en las oficinas de una empresa dedicada a productos agrícolas, abonos, plaguicidas, productos fitosanitarios y cosas de esas del campo. Allí conoció a Hortensia y aquí viene lo bueno, hablando y hablando con ella durante el noviazgo, resultó que era hija de aquel hombre que regaló a Adelardo los chicles Cosmos. Hay que ver qué cosas, qué de vueltas da la vida. Hortensia era hija del hombre del seiscientos y además, algo que maravilló a Adelardo, fue capaz de completar el álbum de los cohetes. Claro, teniendo un padre así.

Luego Adelardo siguió adelante, se casó con ella, se compró un coche, fue padre de dos hijos (Hortensita y Damián), quedó viudo de Hortensia, la hija del hombre de los chicles Cosmos, treinta y cinco años después del casamiento, y él mismo murió hace apenas dos años de un cáncer de páncreas.
Siempre me decía lo mismo, "No sé si me casé con Hortensia por amor o porque era la hija de quien era".

Mi amigo Adelardo decía eso, sí.

©Sap.
es.humanidades.literatura

2 comentarios:

El Abuelito dijo...

Bien que se recuerdan los chicles Cosmos, que mal que le pese a su amigo Adelardo, se publicitaban como de regaliz... Más adelante corrió el rumor de que contenían droga, y eran distribuidos por malignos "hombres de los caramelos" -como el suegro de su conocido- con objeto de envenenar a la infancia, convirtiéndola en esclava de su consumo...
A la vista de los resultados obrados sobre esa generación, algo de razón debieron tener aquellos alarmistas, pues toda enterita está enganchada al consumo, no ya de chicles, sino de lo que sea...
Y a don Adelardo que no le quepa duda: fue drogado con el fin de que acabara casándose con la hija de su verdugo. Que los malvados son así, irracionales y persistentes...

GatoFénix dijo...

Excelente sección de biografías novelescas o minicuentos biográficos, que para el caso da igual. Se podría hacer un excelente libro con esto también.
Sí,Sap, tu amigo GatoFénix dice esto.
Sí.