viernes, noviembre 18, 2011

Honky Tonk Women: LA TERE (1)

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El amor, para ser así considerado, necesita del componente antropofágico. De faltar este ingrediente no hablamos de amor sino de tonterías. Si no sentimos la necesidad de devorar al otro, de morderle los brazos y saborear sus rodillas a puro bocado, ¿de qué hablamos? ¿del canto de la alondra al amanecer? ¿del toma una gambita pelada que te la pongo en la boca (tierna escena entre novios en los banquetes de boda)? Desde luego que todo puede entrar en sazón, ser compatible incluso, pero, ay, pobres de nosotros si el cuerpo amado no se nos presenta como un recetario para caníbales. No y no. Si el pliegue que forma la cadera al unirse con el muslo no nos reclama como el más exquisito de los platos es que estamos equivocando los términos.

Y esto es lo que tenía la Tere; que era una muchacha perfectamente comestible. Una de esas chatillas que cuando reía arrugaba la nariz y le desaparecían los ojos en el rostro quedándoles como dos puñaladitas dadas a un cojín de espuma. Unas pecas bien distribuidas, unos pómulos carnosos y la procacidad de su boca completaban aquel guisote suculento.

Como todos los estudiosos de mi obra saben, acostumbro a prescindir de digresiones cuando dibujo un retrato. Practico la comparación de mis criaturas con algún individuo célebre y así consigo dos propósitos: Primero, acabar antes y segundo, esconder las debilidades de una pluma de tan poco juego de cintura como la mía. Dicho esto, el problema con la Tere es que no encuentro a nadie con quien emparejarla a no ser que eche mano de Rosa Morena; pero ¿a estas alturas quién recuerda a aquella cantante que en los años setenta gozó de un breve periodo de gloria? Rosa Morena —una extremeña que en realidad se llamaba Otilia Pulgarín— fue precedente de aquel horror del flamenco-pop que tuvo continuidad con Las Grecas. ¿Caen o no caen? Sí, hombre; la tipa que fue a cantarle a los Tercios de Flandes cuando aquella movida de la Marcha Verde... ¿Qué, que no? Vaya. De verdad que en ocasiones es ingrata mi labor de arqueólogo de la caspa.

En fin, prescindiendo de símiles para los jóvenes, foráneos o desmemoriados diré entonces que la Tere era chabacana, grosera, vulgar, hortera y ordinaria. O sea, de las que me enloquecen. Por supuesto que utilizaba los artificios del desplante, las contestaciones chulescas y los mohines de desagrado en un repertorio sin fondo. Pero cuando reía, ay, era taaaaan adorable. Por otro lado, era una muchacha de un lenguaje antiguo, pródigo en giros de otro tiempo y así, la escuché decir en ocasiones aquello de "una es pobre pero honrá", como si fuera una modistilla de zarzuela con los brazos puestos en jarra. No le faltaba razón ya que, en efecto, era pobre. En lo otro nunca llegó a los términos de aquella a la que por mal nombre apodaron La No-Do (estaba al alcance de todos los españoles) pero casi. Tal vez en la genética de la Tere participaron el palo y la astilla, aunque esta es cuestión de la que me ocuparé más adelante.

El caso es que la Tere llegó a mí y yo a ella en un encuentro que me costó meses de esfuerzo hacerlo pasar por fortuito. Éramos vecinos y nos conocíamos de siempre, pero un día y por primera vez se sentó a mi lado y me preguntó ¿qué estás leyendo? En efecto, queridos míos, con grandes trabajos había conseguido labrarme una imagen de intelectual en el vecindario. Un jovencito que siempre se acompañaba de libros y leía estos en la soledad de los banquitos del patio con aire taciturno. Gracias a las películas aprendí poses de languidez y melancolía removiendo los instintos maternales de cuantas me observaban. Las vecinas se hacían lenguas de mi modestia y comentaban "hay que ver el hijo de la Carmeli lo formalito que es el muchacho" o "pues de leer tanto se vuelven locos"... Mientras tanto, yo escogía los libros más gordos para sacar a la calle, novelones como “Los misterios de París” o “El Hombre que Ríe”; aunque claro está, malditas las ganas que tenía yo de leer aquellos mamotretos. Pero es que el grosor de los volúmenes era fundamental en aquel juego de la impostura. Apoyaba los dedos en la frente y quedaba tal el Pensador de Rodin, figurando una concentración que no impedía mirar de reojo a las pipiolas que entraban y salían. Sí; yo era un exhibicionista del libro, un paseador de novelas. Oiga, que cada uno maneja las armas que puede en el asunto de pillar carne, a ver si vamos a señalar con el dedito. Finalicé mi diseño con el uso de unas gafitas redondas proclives a la admiración, por lo que aquel joven tartufo quedó consolidado como alguien de otro mundo, llamativo objeto de curiosidad. Tendí la red del libraco, la Tere se acercó, se sentó y preguntó y supe que mi truco al fin había funcionado. Aquellas piernas que imaginaba loncheadas como un choppedpork estaban cerca de ser fagocitadas por un servidor.

Con la Tere, y en aras de magnificar mi estatura moral, di comienzo a una labor de pigmalionato que me reportó varios éxitos. Eran sesiones que se desarrollaban tanto en el patio vecinal como en mi domicilio, siendo éstas últimas las más jugosas puesto que me permitían el magreo de la señorita sin temer presencias indiscretas. Entre mordiscazos a sus mofletes apetitosos y apretones a sus carnes tersísimas, la aleccionaba en el lenguaje correcto y así corregía su prosodia de sainete. En poco tiempo conseguí que dejara de decir "endispués" o "alboltar"; que cambiara "indición" y "supitorio" por los correctos términos de inyección y supositorio (la Tere hacía los recados de muchas vecinas a la farmacia) o que eliminara de su vocabulario —al menos de cara al público— expresiones tales "no me sale del higo" o "estoy más caliente que el rabo de un cazo".
Quise alejarla también de su mundo de fotonovelas y de revistas y hacerle ver que aquella su sección preferida del Diez Minutos titulada "Mundo Insólito" no había que creerla a pies juntillas. Le indiqué, por otra parte, la finura que aportaría a su vida el acercarse a la lectura de los clásicos y le dejé varios libros que leyó por encima. A las “Rimas” de Bécquer no debió prestarles demasiada atención ya que nunca se dio cuenta que los poemas que yo le dedicaba eran copias exactas de los del hispalense de la perillita. Algo parecido ocurrió con “Platero y yo”, pues cuando le preguntaba por Juan Ramón Jiménez, la Tere me miraba estupefacta. Luego le brillaban los ojillos plenos de rímeles y afeites y decía: "Aaahh, ya caigo. Ese es el tío del burro ese, ¿no?" y se dejaba, triunfadora en su respuesta, sobar las tetas. Con episodios así saqué más partido del poeta moguereño que la mismísima Zenobia. Me erigí en suma, en una especie de versión descafeinada de esos estudiantillos de Dostoviesky que se afanaban por sacar del arroyo, como si fueran batracios, a sus novietas de burdel.

(to be continued...)
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5 comentarios:

fifilaplume dijo...

Rosa Morena, sí, un dechado de finura. Ya me hago cuenta cabal del retrato de la Tere.

Anónimo dijo...

Aunque no esté enamorada, muchas veces he intentado comerme a algunos amantes, jaja, así que no hablemos sólo de amor cuando está el sexo por el sexo, mon amour.
Ah, esto no lleva acento nunca; lo llevan éste y ésta cuando son pronombres para no confundir.

Besitos y a ver cómo acaba la cosa con la chica.

Besitos
Lolita.

Preocupín dijo...

A quién se le ocurre hacer de profesor Higgins...fuera del teatro: educada la moza, perdida la carne. A la espera quedamos de saber cómo evoluciona el apetito, o mejor, la gula.

Furacroyos dijo...

Ahí te va, paisa. :-)

http://bit.ly/vRiIh1

Anónimo dijo...

Ich bin hunger, meine liebe!

Tú lo que quiere que me coma el tigre, que me coma el tigre, mi carne ta buena!

:-D

Serapia

(un poco tufillo al Esteso de toas formas, ein?)