El tiempo es ese médico infalible que todo lo cura de muerte natural
Estimado señor de los Dameros Marditos:
Siendo como soy aficionado a los pasatiempos y por ende, a los misterios, tengo la satisfacción de participarle que se ha resuelto el mayor que rodeaba mi vida.
Verá, el asunto gira en torno a nuestra hija Martita, una joven que gozando de las ventajas de su extracción burguesa medio-alta, supo premiar nuestros sacrificios, culminando con éxito unos estudios universitarios que a la larga le han proporcionado una situación envidiable en cuanto a lo laboral y lo económico. Entienda entonces nuestro estupor cuando a la nena le dio por enamorarse de Eduardo, un sujeto zafio, rayano en el analfabetismo, de fea catadura y obtuso cerebro. Ahorraré describirle los disgustos que tanto su madre como yo fuimos cosechando durante todo el noviazgo hasta una boda que resultó la más dura de las pruebas. ¡Unos padres que siempre ofrecimos lo mejor a nuestra hija, sumidos en la vergüenza!
El caso, es que ejecutando el discurrir del tiempo su función paliativa, logramos tragar aquel sapo que el destino nos ofrecía y, mal que bien, nos hemos ido acostumbrando a la presencia de este individuo y a las veleidades de Martita. Pero yendo al meollo del asunto para no aburrirle, le contaré que este Eduardo ha venido a ser víctima de un extraño mal que se manifiesta en desmayos repentinos precedidos de un horrísono grito; mal al que los médicos no encuentran explicación. Su última crisis se desarrolló hace poco, en nuestro propio domicilio, durante la visita que la pareja nos giró desde la ciudad donde se instalaron. Las circunstancias hicieron que en aquel momento Eduardo se encontrara duchándose. Sobrevino el grito que dije y tanto mi esposa como yo, corrimos alarmados hasta el baño (Martita se encontraba en un congreso de Logopedas). Con no poco trabajo logramos forzar la puerta, siendo que tras la acción se nos dio a contemplar un espectáculo que nos sobrecogió: Eduardo, tirado en el suelo cuan largo es, dejaba a la vista un atributo, el propio del sexo masculino, de tan descomunal medida y presencia turgentísima que, nada más verlo, mi esposa y yo intercambiamos miradas cómplices. ¡Menudo trabuco (con perdón) se gasta el Eduardo, señor de los Dameros Marditos! ¡Ahora nos explicamos las razones de nuestra Martita, verdaderas razones de peso! Resuelto el misterio y finalmente todos contentos, hemos decidido pasar los cuatro la primera quincena de julio en la Riviera, alojados en el Hotel Negresco de Niza. Dadas mis secretas inclinaciones que a Ud. le confieso, auguro unas vacaciones inolvidables.
Sin más que comunicarle, queda suyo s. s. s. q. e. s. m.
Eulogio Durruti Mantecón.
P. D. Me llevo conmigo el Damero de este mes. Lo resolveré en la piscina, al lado de Eduardo.
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¿Dónde conseguir el Damero de este mes? Pues como siempre, gratis total en su kiosco habitual. Aquí:
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2 comentarios:
:-DDDD Yo me lo llevaré a la playa el mes que viene.
(Sin Eduardo, sniffff)
Estas hablando de mi marido? Se llama Jose no Eduardo........ ja ja.
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