Un viaje a lo básico: PAN
Pues sí queridos mamíferos, hace unos días y nunca mejor dicho, me metí en harina e hice pan... pan como el disparo vocal de un niño antiguo: ¡Pan! ¡pan! Pan de los de mojar pan, pan con su corteza y con su miga, pan como Peter Pan, pan contundente y sabroso, pan así como pueblerino, de los de echarlos al buche con un simple chorrito de aceite... Pan, en suma, que salió buenísimo y arrancó de los comensales los más vibrantes elogios. Así que aplicándome que el verdadero placer se encuentra en compartir las alegrías, paso a contarles el proceso para que también Uds. se sientan por un momento seres primigenios y cuasi telúricos, cercanos a esos antiguos dioses rurales que velaban por los cereales y los hombres.
Veamos entonces cómo fue la mecánica que elegí entre las muchas que existen:
Para hacer un kilo de pan se necesita harina (aplausos). Es fundamental (más aplausos). En concreto 750 gramos. Yo empleé en este primer experimento HARINA DE FUERZA ‘Harimsa’, aunque claro está, las posibilidades de conjunción con otras harinas u otras marcas son infinitas. Hasta podemos lograr un cinematográfico y goyizado ‘Pa negre’… pero de momento no nos metamos en dibujos. Harina de fuerza de panadería y no se hable más. Ojo, nada de harina de repostería, de freír, de pescao, ni cosas de ésas, eh. Trigo puro y de propiedades fortachonas.
Lo segundo que hace falta es la levadura, a no ser que queramos hacer pan ácimo para cuando llegue el Yom Kippur. Pero como imagino que no es el caso mayoritario, me vinieron muy bien al efecto 2 (DOS) sobrecitos de Levadura Panadera —pa-na-de-ra, ojo— que fabrica la casa Maizena. De momento eludamos los berenjenales levadúricos de lo natural y vayamos a lo comercial. Tercero: Una cucharada sopera de sal y para terminar, 400 centilitros de agua tibia. ¡Ojo, no caliente ni fría: tibia. Como el hueso de las pienna! (Fig. 1)
El primer paso es echar en un bol lo suficientemente grande (servidor empleó una honda ensaladera) la harina junto con la sal y la levadura en polvo, revolviendo el conjunto con una manita. De hecho, toda esta primera parte se puede hacer con una sola mano, como el amor propio. Después se va incorporando poco a poco el agua meneando con garbo la zarpa (o una espátula si tememos convertir la cocina en una película de Charlot, Fig. 2) hasta conseguir una pasta lo suficientemente consistente como para sacarla del bol y echarla sobre la encimera que previamente habremos enharinado (Fig. 3). Ahora viene lo divertido. Algo así como 30 minutos de amasado.
Primer amasado: Amasa que te amasa amasa que te amasa amasa que te amasa, etc.
Transcurrida la fase, que podemos amenizar escuchando por la radio la retransmisión de algún desfile de la Pasarela Cibeles, hacemos una pelota con la pasta resultante y la metemos en el famoso bol antes utilizado. Lo tapamos con film plástico (Fig. 4) y esperamos entre 1 y 2 horas, dependiendo de la temperatura y humedad en la que nos encontremos inmersos, que es el tiempo que la masa necesita para doblar su tamaño. Servidor estuvo espera que te esperarás hora y media, y cuando quitó el plástico, aquello ¡oh, maravilla!, parecía el suflé gigante de Woody Allen en "The sleeper" (Fig. 5). El resultado fue una masa esponjosa y suaaaave, que de nuevo llevé a la enharinada encimera para una nueva sesión de masaje (masaje viene de masa, supongo).
Segundo amasado: Amasa que te amasa amasa que te amasa amasa que te amasa, etc.
Al final, se le da forma de nuevo bolondro y ahora... ¡NO se tapa con plástico! NOOO. Se cubre la pelota con un trapo (limpio) de algodón y a ser posible blanco que da más buen rollo (Fig. 6). Allí tendremos la masa 15 minutos al cabo de los cuales la destapamos yyyyy... Síii, lo que temían:
Tercer amasado: Amasa que te amasa amasa que te amasa amasa que te amasa, etc.
Tras ello y con los bíceps del tamaño de testículos de morsa, volvemos el pelotón a sus mantillas y esperamos UNA HORA a que de nuevo se ponga cachondo. Una vez transcurrido este tiempo reglamentario y tras un breve magreo de un par de minutos ya estamos en condiciones de moldear el material (Fig. 7 y 8). Yo me incliné por fabricar CUATRO piezas en forma de semiesferas aplastaditas, o sea, como las tetas de Josefina Bonaparte. Sobre cada una de ellas marqué con un cuchillo una profunda cruz, dotando como de carácter eucarístico el futuro alimento (Fig. 9).
Aunque no se lo crean, ya hemos terminado con la parte muscular. Ahora viene la cocción:
1) Se precalienta el horno a 220 grados. Cuando alcanza tal temperatura, colocamos las piezas sobre una bandeja ensabanada con papel vegetal de cocina. También, en algún lugar del mini-infierno, pondremos un recipiente con agua para humedecer el ambiente, igual que sucede con las señoras cuando me ven en deshabillé. Allí estará todo VEINTE minutos (Fig. 10).
2) Pasado este tiempo, bajamos la temperatura a 190 grados y prolongamos la cocción 15 minutos más, sin dejar de echar alguna miradita al interior no sea que nos pasemos. Finalizado el proceso, el pan está listo, damas y caballeros.
Pero no se precipiten que se queman: Sacamos el pan, esperamos un ratito que se enfríe un poco, lo espolvoreamos con harina… y a ver quién es capaz de aguantarse sin pegarle al producto un pellizco como a culo de moza en agraz (Fig. 11). El resultado, ya digo, exquisito y espectacular; la consecución de un producto que, abierto en cuña, presentaba matices dalinianos (Fig. 12); con el añadido claro está, de que lo hecho por uno sabe hasta mejor (siempre que ése uno no sea mi cuñada JP, claro. Grrrrr).
Ciertamente, la posibilidad de hacer pan en casa no es despreciable. Y es que tal y como se está poniendo el asunto laboral me veo montando una tahona para apaciguar el plañido de mis churumbeles, que, famélicos, me piden alimento alzando al cielo sus manitas huesudas. Pero mientras analizo el negocio, recréense con la última imagen: El mismo pan al día siguiente, ‘asentao’, cortado en rebanadas, tostado y ajiaceitado. Una exquisita y sencilla delicia a la que sólo faltó hacer dormir en su superficie unos filetillos de esas magníficas anchoas de Albacete.
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2 comentarios:
¿Dónde vives, que me dan ganas de hacerte una visita para probarte el pan? ;-)
¡Jo, jo, jo, jo, ja, ja, ja, ja, juas, juas, juas, juas!
Sap, eres la monda. Sus manitas huesudas..., es que me parto. Por aquí, mi esposo es el panadero, pero como es un flojo (no, pobrecillo, es un santo varón), pues se ayuda de unas varillas para amasar el pan y luego lo pone en una maquinita que yo le regalé y que debería amasarlo, pero que no lo hace porque se rompió la paleta. Pues eso, que pone la masa en la maquinita y unas dos horas después, sale el pan listo. La forma es la de un pan de molde, pero está riquísimo.
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