Por higiene literaria vuelvo de vez en cuando a Umbral y a su prosa brillante que parece hecha para degustarse en voz alta (confieso que algunas veces lo hago con placenteros resultados, pero en soledad, como un padecimiento contrario de almorranas.) En esta ocasión le ha tocado el turno a Carta a mi mujer, libro póstumo del madrileño en cuanto a su publicación (2008) pero no en cuanto a su escritura ya que el texto estaba terminado en 1985/86. Su mujer, María España, lo estaba pasando al ordenador cuando a Umbral le sobrevino el último y definitivo jamacuco. Cuál fuera la causa que lo llevara a retrasar tanto su publicación ni se sabe ni importa en todo caso, que lo mismo podía ser amoroso regalo que bala final en la recámara de libro/epístola/pistola para sacar unos cuartos y hacer más llevadera la vejez de la señora.
Se dice de este libro que podría completar una especie de trilogía lírica junto a Mortal y rosa y El hijo de Greta Garbo. No lo sé ya que no he leído el segundo título, pero sí puedo decir que el lenguaje empleado en esta Carta… es muy parecido al que utilizó en su célebre elegía. En muchos momentos, pura prosa poética. Prosa poética pero alejada de toda sensiblería, antes bien, prosa poética llena de arañazos, de brochazos negros, de bragas —Umbral era un fetichista braguista— y con poemas, a veces descarnados, como islas. El resultado es bellísimo.
Desde luego, Carta a mi mujer no es una crónica matrimonial, ni siquiera trata de lo que parece tratar, un jardín, unas fiestas, unas tipas, unos gatos, un citroen GS (lo escribe así, citroen GS), sino tal vez se trate de un compendio conclusivo sobre la madurez —el amor maduro, la mujer madura— la muerte y la vida como un oleaje disperso, asimétrico, tratado con un lirismo muy valleinclanesco que va desde darle por culo a la señora que al llanto de los sauces o a incluir por dos veces en el texto el adjetivo inconsútil. Tiene tela.
Es muy evidente también, o al menos a mí me resulta evidente en parcos ejemplillos, lo juanrramoniano: “El agua es la forma más pura y leve del presente”, “Pero veo, admirado, cómo el presente va tras de tus sandalias, como un alegre perro de oro”… Lo baudelariano: “porque redactar es todo lo contrario de escribir”, “Contra lo que dicen las religiones, la edad (la muerte) no nos va acercando al cielo, sino distanciándonos de él para siempre.”… Lo greguerizante:… “Imposible calcular la edad de una mujer en bicicleta.”, “El anís huele a infancia feliz y novia de pueblo.” Y todo así, en este plan, como él mismo diría.
Al final, digo, Carta a mi mujer emociona y no veas cómo. Pero mejor que yo lo dice el prologuista, su amigo, el poeta Pere Gimferrer:
“Un estilista puede impresionar, pero sólo un escritor es capaz de conmovernos, y, en grado comparable al de los momentos expresivos más altos de su autor. “Carta a mi mujer” nos conmueve, porque en estas páginas hoy al fin restituidas se halla de cabo a rabo, de la primera línea a la última, lo que más auténticamente define a quien las escribió, y su belleza no es sólo estilística, sino que tiene también la desvalida grandeza impávida de la dignidad y la veracidad.”
Se dice de este libro que podría completar una especie de trilogía lírica junto a Mortal y rosa y El hijo de Greta Garbo. No lo sé ya que no he leído el segundo título, pero sí puedo decir que el lenguaje empleado en esta Carta… es muy parecido al que utilizó en su célebre elegía. En muchos momentos, pura prosa poética. Prosa poética pero alejada de toda sensiblería, antes bien, prosa poética llena de arañazos, de brochazos negros, de bragas —Umbral era un fetichista braguista— y con poemas, a veces descarnados, como islas. El resultado es bellísimo.
Desde luego, Carta a mi mujer no es una crónica matrimonial, ni siquiera trata de lo que parece tratar, un jardín, unas fiestas, unas tipas, unos gatos, un citroen GS (lo escribe así, citroen GS), sino tal vez se trate de un compendio conclusivo sobre la madurez —el amor maduro, la mujer madura— la muerte y la vida como un oleaje disperso, asimétrico, tratado con un lirismo muy valleinclanesco que va desde darle por culo a la señora que al llanto de los sauces o a incluir por dos veces en el texto el adjetivo inconsútil. Tiene tela.
Es muy evidente también, o al menos a mí me resulta evidente en parcos ejemplillos, lo juanrramoniano: “El agua es la forma más pura y leve del presente”, “Pero veo, admirado, cómo el presente va tras de tus sandalias, como un alegre perro de oro”… Lo baudelariano: “porque redactar es todo lo contrario de escribir”, “Contra lo que dicen las religiones, la edad (la muerte) no nos va acercando al cielo, sino distanciándonos de él para siempre.”… Lo greguerizante:… “Imposible calcular la edad de una mujer en bicicleta.”, “El anís huele a infancia feliz y novia de pueblo.” Y todo así, en este plan, como él mismo diría.
Al final, digo, Carta a mi mujer emociona y no veas cómo. Pero mejor que yo lo dice el prologuista, su amigo, el poeta Pere Gimferrer:
“Un estilista puede impresionar, pero sólo un escritor es capaz de conmovernos, y, en grado comparable al de los momentos expresivos más altos de su autor. “Carta a mi mujer” nos conmueve, porque en estas páginas hoy al fin restituidas se halla de cabo a rabo, de la primera línea a la última, lo que más auténticamente define a quien las escribió, y su belleza no es sólo estilística, sino que tiene también la desvalida grandeza impávida de la dignidad y la veracidad.”
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